Hace ya, dice, muchos años llegó de vacaciones a Asturias con
Bárbara, su mujer, y sus hijos, y se enamoraron perdidamente de la región.
Tanto que acabaron por trasladarse a vivir al occidente asturiano, en concreto a Piantón, donde residen en la actualidad.
Desde
aquel día en que su mujer le trajo una extraña piedra hasta hoy, en que lleva más
de 20 años trabajando la quiastolita, ha
pulido y otorgado belleza a un incontable número de piezas de este silicato de
aluminio que es 20 veces más duro que el cuarzo. En ocasiones, colgantes,
pulseras, anillos, collares, llaveros y broches donde combina la desnudez de la
piedra con su engarce en plata de diferentes diseños. En otras, este artesano
no sólo hace joyas visuales, también las baña en leyendas y en mitos que hacen
de la «cruz de San Andrés», o «piedra del rayo» o «piedra de los celtas», un
protector contra numerosos males. Se trata de bellas leyendas en las que el que
compra puede creer o no, pero siempre es más divertido y tiene más encanto
hacerlo.
La familia
cuenta actualmente con un taller en Piantón en el Municipio de Vegadeo (Asturias) para la elaboración artesanal de
las sampedras, que ellos prefieren denominar con su nombre científico,
quiastolitas, las cuales están presentes en numerosos comercios de la comarca e
incluso han traspasado ya fronteras llegando a Australia, China, Francia y
Alemania, pudiendo observar incluso el interés de la propia Reina de España Dª
Letizia en algunos actos en Asturias por esta piedra. De igual modo, algunos
joyeros también le hacen encargos para conseguir determinadas piedras. Anno
Brendebach cuenta con la colaboración de su hijo, Thylbert, quien se ha hecho
platero, de manera que incorpora las quiastolitas a colgantes, llaveros,
collares, pulseras y camafeos, en algún caso con engarces de plata.
La quiastolita es considerada mágica en el Occidente y no es
de extrañar que los peregrinos que seguían el camino interior a Santiago al
llegar a Grandas hicieran un ligero desvío para acercarse a los Oscos y hacerse
con una de estas piedras, que son símbolo de tantas cosas. Se las conoce
también como «piedras de la suerte», porque dan salud y fertilidad a la mujer;
«piedra de los celtas», porque éstos, al parecer, la utilizaban como señal de
identidad y la mostraban cuando necesitaban dejar constancia de su origen, como
si se tratara de un salvoconducto; «piedra rayo», porque entre sus propiedades
está la de ahuyentar las tormentas; «de la culebra», porque no sólo protege de
la picadura, sino que, además, chupa el veneno, y «sampedra», nombre que viene
de un documento del siglo XVII obra de un monje bernardo del monasterio de
Villanueva de Oscos, en el que cuenta que en Illano existía un puerto
inaccesible en el que los vientos producían tal estruendo que parecía
«habitación de demonios». A ese lugar vinieron monjes bernardos y levantaron
allí una ermita en honor de San Pedro; de ahí la costumbre de llamar
«sampedras» a esas piedras blancas con cruces negras en las que, por cualquier
parte que se las abra, se halla en ellas la señal de la cruz y a las cuales
atribuye el monje el milagro de haber sido la causa de que cesaran tales ruidos
y temores.
Es decir, que el hallazgo parece guardar
relación con el sentido misterioso de las piedras, que servían para defender de
las meigas y de la Santa Compaña o Güestia, que solía salir cada atardecida a
las carreteras para pasmo y terror de los caminantes. Lo cierto es que se
convirtieron en el principal quitapesares para los peregrinos jacobeos. Además
éstos las llevaron consigo a sus lugares de origen; de ahí que en la catedral
de Colonia se guarde, junto con las joyas de la Virgen, una colección de estas piedras
peregrinas
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